Isis Sin Velo - [Tomo II]

Capítulo 96

LOS HUESOS DE ELISEO

Dion Boucicault se vale de un incidente de esta naturaleza en su tremebundo drama Luis onceno, cuyo protagonista representaba el actor Carlos Kean con profunda realidad, sobre todo en la escena en que el difunto monarca vuelve a la vida por un instante para asir la corona cuando va a ceñírsela el falso heredero.

Eliphas Levi opina que la resurrección no es imposible mientras el organismo esté íntegro y no se haya roto el cordón de enlace entre el cuerpo astral y el físico. Dice sobre este particular que como la naturaleza nunca procede a saltos, la muerte real ha de ir precedida de una especie de letargo o entorpecimiento del que puede sacar a la personalidad una violenta conmoción o el magnetismo de una voluntad poderosa. A esto atribuye levi la resurrección de un muerto al contacto de los huesos de Eliseo (44), diciendo sobre ello que “el alma del difunto se sobrecogería de terror cuando los ladrones arremetieron contra la fúnebre comitiva de su cadáver cuya profanación quiso evitar reinfundiéndose en él. Nada de sobrenatural hallarán en este fenómeno cuantos crean en la supervivencia del alma; pero los materialistas dirán que es patraña a pesar de cuantos testimonios lo avalen; y en cambio, los teólogos que en todo ven la mano de la Providencia, lo diputan por milagro y atribuiyen la resurrección del muerto al contacto con los huesos de Eliseo. Indudablemente data de esta época la veneración de las reliquias.

Razón tiene Balfour Stewart al decir que la ciencia apenas sabe nada de la estructura íntima ni de las propiedades de la materia tanto organizada como inorgánica.

Puesto que estamos en terreno firme, adelantaremos otro paso diciendo que el mismo conocimiento y dominio de las fuerzas ocultas, por cuya virtud deja el fakir su cuerpo para volver después a él y dio a Jesús, Apolonio y Eliseo el poder de resucitar muertos, facultaba a los hierofantes para infundir vida, movimiento y palabra en una estatua. Por este mismo conocimiento de las fuerzas ocultas en cuyo número entra la vital, pudo Paracelso formar homúnculos y Aarón convertir su vara, ya en serpiente, ya en vástago florido, y Moisés afligir con plagas a Egipto y el teurgo egipcio de hoy vivificar la pigmea mandrágora. Los cínifes y las ranas de Moisés no son ni más ni menos maravillosas que las bacterias de los biólogos modernos.

Pero comparemos ahora la actuación de los antiguos taumaturgos y profetas con la de los modernos médiums que pretenden reproducir cuantas modalidades fenoménicas registra la historia de la psicología. Si nos fijamos en la levitación y sus condiciones manifestativas, echaremos de ver que en todo tiempo y país hubo teurgos, paganos, místicos, cristianos, fakires, indos, magos, adeptos y médiums espiritistas que en estado de trance o éxtasis permanecieron durante mucho rato suspendidos en el aire. Tan incontrovertiblemente está atestiguado este hecho, que no hay necesidad de nuevas pruebas, tanto de las manifestaciones inconscientes de los médiums irresponsables, como de las conscientes de los hierofantes y adeptos de magia superior. Cuando aun apuntaba la actual civilización eruopea, ya era antigua la filosofía oculta y los herméticos habían inferido los atributos del hombre por analogía con los del Creador. Posteriormente, algunos hombres eminentes cuyo nombre fulgura en la historia espiritual de la humanidad, dieron pruebas personales de la inconcebible alteza a que en su educción pueden llegar las divinas facultades del microcosmos.

Dice sobre esto Wilder:

Enseñaba Plotino que el amor impele al alma hacia la intimidad de su origen y centro, el eterno Bien. Los ignorantes no aciertan a descubrir la belleza que por sí misma atesora el alma, y la buscan en el mundo exterior; pero el sabio siente la belleza en lo íntimo de su ser, concentra la atención en sí mismo, y desenvolviendo la idea de belleza de dentro a fuera, se eleva hasta la divina fuente de su interno raudal. Lo infinito no puede comprenderse por la razón, sino por otra facultad superior cuyo ejercicio nos transporta a un estado en que dejando de ser hombres finitos, participamos directamente de la esencia divina. Tal es el estado de éxtasis (45).

... Apolonio de Tyana veía lo pasado, presente y futuro como ante un límpido espejo, y esta facultad es la que pudiéramos llamar fotografía espiritual, pues el alma es la cámara que registra los sucesos pasados, presentes y futuros, de modo que todos por igual los abarque la mente. Más allá de nuestro limitado mundo, no hay sucesión de días, porque todo es como un solo día, y lo pasado y lo futuro coinciden con lo presente (46).

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