Sin Novedad En El Frente

Capítulo XII

Otoño. Ya no quedan muchos veteranos. Soy el último de los siete de nuestra clase. Todos hablan de paz y armisticio. Si vuelven a desengañarlos se producirá una catástrofe. La ilusión es excesivamente fuerte; no la abandonarán sin estallar. Si no llega la paz llegará la revolución.

Tengo catorce días de reposo porque he respirado un poco de gas. Paso todo el tiempo sentado en un jardín, tomando el sol. El armisticio llegará pronto, estoy convencido de ello. Entonces podremos regresar a casa.

Aquí se encallan mis pensamientos, no puedo ir más allá. Lo que con más fuerza me mueve son los sentimientos. El ansia de vivir, la nostalgia, la sangre, la embriaguez de considerarme salvado. Pero esto no son fines.

Si hubiéramos regresado a casa en 1916, el dolor y la fuerza que habíamos vivido hubieran desatado una tormenta. Si volvemos ahora, estamos débiles, deshechos, calcinados, sin raíces y sin esperanza. Ya no podremos orientarnos ni encontrarnos a nosotros mismos.

Tampoco nos comprenderá nadie; tenemos delante una generación que, ciertamente, ha vivido estos años con nosotros, pero ya tenía hogar y profesión y regresará ahora a sus antiguas posiciones, en las que olvidará la guerra; detrás de nosotros sube otra, parecida a la que formábamos, que nos resultará extraña y nos arrinconará. Estamos de más incluso para nosotros mismos. Envejeceremos; algunos se adaptarán, otros se resignarán y la mayoría quedaremos absolutamente desamparados. Se escurrirán los años y, por fin, sucumbiremos.

Sin embargo, es posible que esto me lo haga pensar tan sólo la melancolía y el trastorno, y que ambos desaparezcan cuando me encuentre de nuevo bajo los álamos, escuchando el dulce cantar del follaje. No puedo creer que se haya evaporado completamente aquella ternura que llenaba de inquietud nuestra sangre, aquella incertidumbre, aquel encantamiento, aquella ansia de futuro, los mil rostros del porvenir, la melodía de los sueños y de los libros, el deseo y el presentimiento de la mujer… No es posible que todo se haya hundido definitivamente en los bombardeos, en la desesperación, en los burdeles para soldados.

Los árboles tienen aquí un dorado estallido multicolor; los frutos de las serbas rojean entre el follaje. Carreteras blancas se pierden en el horizonte y las cantinas zumban con rumores de paz, como panales de abejas.

Me levanto.

Estoy muy sosegado. Ya pueden llegar los meses y los años. No podrán quitarme nada más. No me quitarán nada más. Estoy tan solo y tan desesperado que puedo recibirlos sin temor. La vida que me ha conducido a través de estos años, late todavía en mis manos, en mis ojos. Ignoro si la he superado. Pero mientras ella siga ahí dentro intentará abrirse camino, lo quiera o no lo quiera mi «Yo».

Cayó en octubre de 1918, un día tan tranquilo, tan quieto en todos los sectores, que el comunicado oficial se limitó a la frase: «Sin novedad en el frente».

Había caído boca abajo y quedó, como dormido, sobre la tierra. Al darle la vuelta pudieron darse cuenta de que no había sufrido mucho. Su rostro tenía una expresión tan serena que parecía estar contento de haber terminado así.

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