ESCENA II.
Macbeth
ESCENA II.
Lady MACBETH y MACBETH.
LADY MACBETH.
La embriaguez en que han caido me da alientos. ¡Silencio! Es el chillido del buho, severo centinela de la noche. Abiertas están las puertas. La pócima que administré á los guardas los tiene entre la vida y la muerte.
MACBETH.
(
Dentro.
) ¿Quién es?
LADY MACBETH.
Temo que se despierten, antes que esté consumado el crímen, y sea peor el amago que el golpe... Yo misma afilé los puñales... Si su sueño no se hubiera parecido al de mi padre, yo misma le hubiera dado muerte. Pero aquí está mi marido...
MACBETH.
Ya está cumplido. ¿Has sentido algun rumor?
LADY MACBETH.
No más que el canto del grillo y el chillido del buho. ¿Hablaste algo?
MACBETH.
¿Cuándo?
LADY MACBETH.
Ahora.
MACBETH.
¿Cuando bajé?
LADY MACBETH.
Sí.
MACBETH.
¿Quién está en el segundo aposento?
LADY MACBETH.
Donalbáin.
MACBETH.
¡Qué horror!
LADY MACBETH.
¡Qué necedad! ¿Por qué te parece horrible?
MACBETH.
El uno se sonreia en sueños, el otro se despertó y me llamó:
¡asesino!
Los miré fijo y con estupor; despues rezaron y se quedaron dormidos.
LADY MACBETH.
Como una piedra.
MACBETH.
El uno dijo: «Dios nos bendiga», y el otro: «Amen». Yo no pude repetirlo.
LADY MACBETH.
Calma ese terror.
MACBETH.
¿Por qué no pude responder «Amen»? Yo necesitaba bendicion, pero la lengua se me pegó al paladar.
LADY MACBETH.
Si das en esas cavilaciones, perderás el juicio.
MACBETH.
Creí escuchar una voz que me decia: «Macbeth, tú no puedes dormir, porque has asesinado al sueño.» ¡Perder el sueño, que desteje la intrincada trama del dolor, el sueño, descanso de toda fatiga: alimento el más dulce que se sirve á la mesa de la vida!
LADY MACBETH.
¿Por qué esa agitacion?
MACBETH.
Aquella voz me decia alto, muy alto: «Glámis ha matado al sueño: por eso no dormirá Cáudor, ni tampoco Macbeth.»
LADY MACBETH.
¿Pero qué voz era esa? ¡Esposo mio! no te domine así el torpe miedo, ni ofusque el brillo de tu razon. Lava en el agua la mancha de sangre de tus manos. ¿Por qué quitas de su lugar las dagas? Bien están ahí. Véte y ensucia con sangre á los centinelas.
MACBETH.
No me atrevo á volver ni á contemplar lo que hice.
LADY MACBETH.
¡Cobarde! Dame esas dagas. Están como muertos. Parecen estatuas. Eres como el niño á quien asusta la figura del diablo. Yo mancharé de sangre la cara de esos guardas. (
Suenan golpes.
)
MACBETH.
¿Quién va? El más leve rumor me horroriza. ¿Qué manos son las que se levantan, para arrancar mis ojos de sus órbitas? No bastaria todo el Océano para lavar la sangre de mis dedos. Ellos bastarian para enrojecerle y mancharle.
LADY MACBETH.
Tambien mis manos están rojas, pero mi alma no desfallece como la tuya. Llaman á la puerta del Mediodía. Lavémonos, para evitar toda sospecha. Tu valor se ha agotado en el primer ímpetu. Oye... Siguen llamando... Ponte el traje de noche. No vean que estamos en vela. No te pierdas en vanas meditaciones.
MACBETH.
¡Oh, si la memoria y el pensamiento se extinguiesen en mí, para no recordar lo que hice! (
Siguen los golpes.
)