Macbeth

ESCENA PRIMERA.

Macbeth

ESCENA PRIMERA.

Castillo de Dunsinania.

Un MÉDICO, una DAMA y LADY MACBETH.

EL MÉDICO.

Aunque hemos permanecido dos noches en vela, nada he visto que confirme vuestros temores, ¿Cuándo la visteis levantarse por última vez?

LA DAMA.

Despues que el Rey se fué á la guerra, la he visto muchas veces levantarse, vestirse, sentarse á su mesa, tomar papel, escribir una carta, cerrarla, sellarla, y luego volverse á acostarse: todo ello dormida.

EL MÉDICO.

Grave trastorno de su razon arguye el ejecutar en sueños los actos de la vida. ¿Y recuerdas que haya dicho alguna palabra?

LA DAMA.

Sí, pero nunca las repetiré.

EL MÉDICO.

Á mi puedes decírmelas.

LA DAMA.

Ni á tí, ni á nadie, porque no podria yo presentar testigos en apoyo de mi relato.

(

Entra Lady Macbeth, sonámbula, y con una luz en la mano.

)

Aquí está, como suele, y dormida del todo. Acércate y repara.

EL MÉDICO.

¿Dónde tomó esa luz?

LA DAMA.

La tiene siempre junto á su lecho. Así lo ha mandado.

EL MÉDICO.

Tiene los ojos abiertos.

LA DAMA.

Pero no ve.

EL MÉDICO.

Mira cómo se retuerce las manos.

LA DAMA.

Es su ademan más frecuente. Hace como quien se las lava.

LADY MACBETH.

Todavía están manchadas.

EL MÉDICO.

Oiré cuanto hable, y no lo borraré de la memoria.

LADY MACBETH.

¡Lejos de mí esta horrible mancha!... Ya es la una... Las dos... Ya es hora... Qué triste está el infierno... ¡Vergüenza para tí, marido mio!... ¡Guerrero y cobarde!... ¿Y qué importa que se sepa, si nadie puede juzgarnos?... ¿Pero cómo tenia aquel viejo tanta sangre?

EL MÉDICO.

¿Oyes?

LADY MACBETH.

¿Dónde está la mujer del señor Faife?... ¿Pero por qué no se lavan nunca mis manos?... Calma, señor, calma... ¡Qué dañosos son esos arrebatos!

EL MÉDICO.

Oye, oye: ya sabemos lo que no debíamos saber.

LA DAMA.

No tiene conciencia de lo que dice. La verdad sólo Dios la sabe.

LADY MACBETH.

Todavía siento el olor de la sangre. Todos los aromas de Oriente no bastarian á quitar de esta pequeña mano mia el olor de la sangre.

EL MÉDICO.

¡Qué oprimido está ese corazon!

LA DAMA.

No le llevaria yo en el pecho, por toda la dignidad que ella pueda tener.

EL MÉDICO.

No sé curar tales enfermedades, pero he visto sonámbulos que han muerto como unos santos.

LADY MACBETH.

Lávate las manos. Vístete. Vuelva el color á tu semblante. Macbeth está bien muerto, y no ha de volver de su sepulcro.... Á la cama, á la cama... Llaman á la puerta... Ven, dame la mano... ¿Quién deshace lo hecho?... Á la cama.

EL MÉDICO.

¿Se acuesta ahora?

LA DAMA.

En seguida.

EL MÉDICO.

Ya la murmuracion pregona su crímen. La maldad suele trastornar el entendimiento, y el ánimo pecador divulga en sueños su secreto. Necesita confesor y no médico. Dios la perdone, y perdone á todos. No te alejes de su lado: aparta de ella cuanto pueda molestarla. Buenas noches. ¡Qué luz inesperada ha herido mis ojos! Pero más vale callar.

LA DAMA.

Buenas noches, doctor.

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